De Pepa Kostianovky
Cuando estuve en Servilibro, https://www.servilibro.com.py/, en la Plaza Uruguaya de Asunción, Vidalia Sánchez tuvo la gentileza de regalarme algunos libros, algunos muy originales como el de Mafalda en guaraní.
Vidalia me dio a elegir y le pedí varios de Pepa Kostianovsky, que fue, además de todo, quien me hizo contactar con Vidalia y Servilibro.
El siguiente extracto, donde se mezclan dos de mis temas favoritos, el ajedrez y la novela negra, pertenece al libro “Desde el Otoño” (Servilibro, 2011), de Pepa Kostianovsky.
“Los hombres de mi familia jugaban al ajedrez. Mi papá, mis tíos y mi hermano. Incluso yo aprendí a mover las piezas, pero la ausencia de nenas en el ambiente desalentó mi vocación. Había en casa un par de trofeos ganados por Papá en algunos torneos. Al principio recuerdo que Mamá los lustraba y los lucía en la biblioteca. Luego fueron arrumbados en un armario. Y en cualquier mudanza se perdieron.
Los Kostia somos esencialmente amigueros. Todos tenemos montones de amigos, con los que tenemos afectos entrañables. Pero los campeones eran Mario y Rogelio que sumaba a sus carismas el hecho de que sus edades los hacían compinches.
Los amigos de mis tíos eran tantos que un día decidieron fundar un club. El pretexto fue el ajedrez, afición que muchos compartían. Y así nació el Par de Allfiles.
En principio, la sede fue la trastienda de un bar del centro. Pero algo después inauguraron su propio local, frente mismo a mi casa, en la calle Nuestra Señora de la Asunción.
A los efectos e celebrarlo, organizaron un Campeonato Internacional de Ajedrez al que invitaron a unos cuantos maestros internacionales, el gran maestro Laszlo Szabó, un uruguayo cuyo nombre no recuerdo y un par de argentinos, entre los que estaba el maestro Rossetto”.
[Fue en 1960, el torneo fue el más fuerte disputado hasta entonces en Paraguay, fue ganado por el yugoeslavo Svetozar Gligoric]
…
“Pero volvamos al Par de Alfiles. Al que un día fue llegando un gringo. Un señor europeo, que en su escaso español dijo que era “afinador” y ajedrecista. Ofreció mantener el piano en condiciones a cambio de que le permitieran jugar allí al ajedrez. La propuesta fue más que aceptada, bienvenida.
El extraño personaje caía por el club casi todas las tardes. Y se sentaba jugar en silencio. Casi nadie sabía su nombre. Se lo conocía como “el socio afinador”. Alguien dijo que andaba “calzado”, es decir, que llevaba una pistola en una sobaquera oculta bajo el eterno traje marrón. Tampoco entonces le dieron importancia.
Un sábado por la noche, fui con mis padres al cine. El Splendid. Papá, como era habitual, cuando la película se ponía un poco pesada argumentó:
-Esto ya es demasiado triste para mí. Las espero en La Bolsa.
Y se fue a charlar con sus amigos al café que estaba al lado del cine. Mientras Mamá y yo seguíamos viendo la película.
De pronto, unos estampidos y un fuerte olor a pólvora interrumpieron la sesión. Al mirar hacia atrás, los rayos de luz sólo permitían ver el humo. La gente se puso de pie. Y alguien gritó:
-¡Lo mataron!
Fuimos saliendo aun antes de que llegara la policía. Casi sin detenernos a mirar al hombre caído en una de las últimas filas.
Al día siguiente nos enteramos de que se trataba de un tal Prokorchuk. Y en el club alguien recordó que ese era el apellido del “socio afinador”. Se dijo que era agente de la Interpol. Y lo habría asesinado un paisano suyo, Batrik Kontric, al que la policía detuvo, pero “casualmente” logró escapar. Unos días después, viajaba en un ómnibus hacia Encarnación, cuando le aplicaron la “ley de fugas”.
Nunca sabremos, en esta historia, quién era el malo ni quién era el bueno”.